Me hace muy feliz que te gusten las historias inspiradoras y en esta ocasión te quiero hablar de un genio que fue capaz de resolver el secreto que desconcertó a Newton, inspiró y contribuyó al trabajo de Einstein y ha conseguido transformar la vida de todos nosotros hasta hoy, y con la que, estoy segura, aportará a tu desarrollo personal.
Esta historia comienza en el año de 1791 en un pobre suburbio de Londres, lugar de nacimiento del protagonista de esta historia: Michael Faraday. En su niñez mostró poca aptitud para los estudios. La historia no registra que Faraday culminará sus estudios en la escuela, sin embargo si su fuente de fuerza y humildad que estaba dada por la influencia cristiana de su familia. A la edad de 13 años lo enviaron a trabajar a un taller de encuadernación, en el día muy dedicado encuadernaba libros, y en la noche, los leía. Fue el principio de una fascinación con la electricidad que lo acompañaría toda su vida.
Después de años de trabajar en el taller de encuadernación, Faraday, quien ya tenía 21 años ansiaba escapar a un mundo más amplio. Su gran oportunidad se presentó cuando un cliente le obsequió un boleto para que participara en un nuevo y sensacional tipo de entretenimiento: Ciencia para el Público.
Y ahí todo empezó… en el Instituto Real de Londres (Royal Institution), al asistir a una demostración de otro gran científico de la época Humphry Davy, y en efecto lo que sucedió ahí, ese día no fue casualidad. Al culminar dicha presentación, Faraday estaba más preocupado por tomar nota de todas aquellos maravillosos conocimientos que escuchó que incluso no podía aplaudir como el resto de los asistentes.
Creó una transcripción de la charla de Davy, usó las destrezas que había adquirido como aprendiz y lo encuadernó en un libro, tal vez semejante regalo haría que el gran hombre le prestara atención, pensaba para si, que posiblemente este gesto sería la vía de escape hacia un universo más grande, y tomó el riesgo; si, un gran riesgo, el hacer llegar el manuscrito a manos de Davy, sin embargo, tenía la convicción de que diera frutos… y así fue.
Cuando un experimento químico estalló en los ojos del científico de fama mundial Humphry Davy, este recordó a Michael Faraday, el joven que había pasado tantos trabajos para copiar y encuadernar la transcripción de su charla. Y así empezó esta aventura. Davy creyó necesitar un secretario temporal, pero no contó con que Faraday se volviera indispensable para Davy, el trabajo que sería temporal, se convirtió en algo permanente y el Instituto Real se convirtió en su hogar de por vida.
Por esos días, Humphry Davy y William Wollaston experimentaban con un fenómeno misterioso, uno con implicaciones potencialmente trascendentales, pero no conseguían resultados, para ese entonces la electricidad no tenía aplicaciones prácticas; no era más que un juguete novedoso para entretener masas. Es así que a manera de broma Davy le pide a Faraday que después de limpiar, intente hacer funcionar el experimento. Faraday se lo tomó muy en serio, estaba tan emocionado de semejante oportunidad, que de tener éxito, tendría a disposición todo un ejército infinitamente grande, invisible y hasta entonces no descubierto de electrones al servicio de los caprichos humanos. ¡Así inició toda una revolución! Un trozo de metal, un recipiente con mercurio y un trozo de corcho fueron suficientes para dar origen a toda una hazaña: El primer motor eléctrico, ese mismo que tienes en tu lavadora, ventilador, radio, televisión y hasta tu computadora. Fue un gran salto para la industria, la tecnología y en general la transformación de la forma en que vivimos, y todo inició al tomar la oportunidad y hacerla suya hasta el final.
La noticia del invento de Faraday se corrió por todo Londres y se convirtió en ídolo para la gente. Esto, no le cayó bien a Davy y en un intento por desprestigiarlo, le asignó un nuevo “reto”. Le pidió que mejorara la calidad del vidrio óptico. Davy sabía muy bien que Faraday no sabía nada de vidrio, pero Faraday no se quería dar por vencido, lucho durante cuatro largos años, sin éxito. Faraday no lograba entender que moldear vidrios ópticos perfectos para telescopios era un arte, más que una ciencia. Faraday jamás aprendió a moldear vidrios ópticos, pero conservó un único ladrillo de vidrio como recuerdo de su fracaso… lo que no sabía hasta ese entonces es que años después, ese “ladrillo” cambiaría el curso de su vida y de la nuestra.
La muerte de Davy dio fin a tan infructuoso proyecto y Faraday lo sucedió como director del laboratorio. Faraday usó su nuevo cargo para empezar algo sin precedentes: una serie de charlas navideñas anuales sobre ciencia para los jóvenes que inicio en 1825 y continúa hasta la actualidad. Por este espacio han pasado grandes científicos como Desmond Morris, Carl Sagan, Richard Dawkins, Susan Greenfield, entre otros.
Si tan solo Faraday hubiese patentado ese primer motor eléctrico, hubiera sido suficiente para ganar una fortuna y aparecer en los libros de historia, pero él no lo veía así, nunca patento el invento porque no tenía interés en beneficiarse personalmente de ello. Su visión iba más allá de lo que el ojo humano podía percibir. El intuía que había algo más… una fuerza que podía mover el mundo, aunque podía imaginar lo que a simple vista no veía, y así nace un nuevo invento: El primer Generador. A partir de aquí la electricidad estaría disponible bajo demanda. Faraday, continuaba cambiando el mundo y la forma en la que las personas vivían… y de repente… pasó lo impensable. Una repentina enfermedad empezó a atacar su mente. A muy temprana edad, tenía 49 años cuando empezó a batallar con la pérdida severa de memoria y depresión. Jamás se recuperó por completo, pero sus más grandes logros aún estaban por venir.
Faraday se sumergió tanto en experimentos eléctricos y magnéticos que llegó a visualizar el espacio alrededor de un imán como si estuviera lleno de líneas invisibles de energía. Un imán no era simplemente esa barra de hierro imantado que uno podía ver, también era ese algo invisible en el espacio alrededor de la barra, y a ese “algo” lo llamó campo magnético. Faraday creía en la unidad de la naturaleza al haber demostrado las conexiones entre la electricidad y el magnetismo, se preguntó si estas dos fuerzas no estarían conectadas a una tercera: la luz. Si pudiera mostrar una conexión entre estos tres fenómenos invisibles… uno de los secretos más íntimos de la naturaleza se vería finalmente revelado. Entonces, qué hizo? Diseñó otro experimento: Faraday sabía que la luz puede viajar como una onda, las ondas de luz vibran aleatoriamente en todas direcciones, pero existe una forma de aislar una única onda de luz, se llama polarización. Cuando la luz rebota en una superficie reflejante como en un espejo, esta se polariza.
Faraday quería ver si ese rayo único de luz podía manipularse con el campo magnético invisible. Dicho experimento resultó tan difícil de explicar que a los científicos de la época les tomó hasta los cien años siguientes darlo a entender. Faraday sabía que el magnetismo no tenía efecto sobre la luz que se movía a través del aire, pero ¿qué pasaba si se movía a través de otros materiales? ¿Qué tipo de material podría usar para ayudar al imán a mover la luz?
Intentó con cientos de químicos transparentes diferentes… pero no vio nada. El imán no retorcía la luz! intentó con cristales de calcita, carbono de sodio, sulfato de calcio… y no vio nada! Intentó con los ácidos: ácido sulfúrico, ácido muriático, ácido carbónico… probó con los gases: oxígeno, nitrógeno, hidrógeno… y no tuvo éxito. El campo magnético inducido en estas circunstancias no conseguía retorcer la luz.
Desesperado, intentó probar con el ladrillo de vidrio (si, el mismo que le recordaba su fracaso con su experimento en lentes ópticos y ese mismo que le recordaba sus años de servidumbre junto a Davy) y Walaaaaa! Eureka! Lo consiguió! Retorció la luz! Pero… ¿qué importancia tenía esto? Faraday había demostrado la existencia de la realidad física que nos rodea, pero que nadie había detectado jamás. Al demostrar que una fuerza electromagnética podía manipular la luz, abrió la puerta para que Einstein y otros científicos pudieran vislumbrar la interacción de las energías primarias y ocultas del universo.
Lamentablemente su enfermedad mental avanzaba de la mano de la depresión y la melancolía, su salud poco a poco se deterioraba y en ocasiones no conseguía retener sus propios pensamientos, pero en medio de todo lo ya alcanzado aún deseaba saber como éstas fuerzas trabajaban en conjunto. El vio patrones en sus experimentos, pero ¿cómo explicar lo que no se ve? ¿Cómo mostrar a otros científicos sus hallazgos. Aquí su condición de pobreza de la niñez le pasó factura, el no hablaba el mismo lenguaje de otros científicos, su falta de formación académica le impidió que tomaran en serio su experimento y fue ridiculizado por no poder demostrar la existencia de estas “líneas invisibles”.
Pero un día, apareció el científico teórico más grande del siglo XIX: James Clerk Maxwell, un joven adinerado, de familia pudiente y bien acomodada que había pasado por la mejor universidad de la época. Era un gran matemático que se interesó por el trabajo de Faraday y decidió darle el lenguaje adecuado… tradujo todo este trabajo a ecuaciones matemáticas y cálculos que demostraban todas las teorías de Faraday. Y así como una vez él transcribió una charla, ésta vez recibió la transcripción del trabajo de su vida. Y al realizar este trabajo, Maxwell descubrió una asimetría y para darle equilibrio a la ecuación, añadió un único término no contemplado por Faraday. Este ajuste en la ecuación cambió el campo estático de Faraday en ondas que se irradiaban a la velocidad de la luz.
No pasó mucho antes de que halláramos la forma de convertir esas ondas en los conductores de nuestros mensajes. Esta tecnología transformó la civilización humana de un conjunto conglomerado de ciudades y aldeas en un organismo intercomunicado y nos conecta a la velocidad de la luz. Gracias a todo esto gozamos de telecomunicaciones, satélites y aparatos electrónicos que nos mantiene interconectados unos a otros en todo el mundo.
Con esta gran historia, llena de microhistorias, te invito a que te detengas un minuto y… mírate como Faraday y pregúntate a ti mismo ante las situaciones del día a día…¿Qué oportunidades estoy dejando pasar?, ¿cuáles estoy dispuesto a tomar? ¿cuáles desafíos serán los potenciadores para alcanzar el éxito? ¿hoy qué puedo hacer para salir de mi zona de confort? ¿qué quiero que se diga de mi vida en la historia?, ¿qué aporte hice hoy que le cambió la vida a otros y le aportó valor?
Tú tienes mucho para dar, al igual que Faraday, recuerda que con lo que él tenía, su conocimiento de encuadernación y pasión de la lectura, supo aprovechar las oportunidades y los caminos sin darse por vencido e inspiró a muchos otros grandes personajes de la historia además de brindarnos los descubrimientos que gozamos hoy. Inicia HOY, lo puedes lograr.
“Nada es demasiado maravilloso para ser verdad, si es consistente con las leyes de la naturaleza” – Michael Faraday.
Fuentes: